Fábula sobre las creencias limitantes
Cuando me puse a escribir mi último libro, El síndrome de la oruga, me inspiré en una fábula que yo mismo había escrito y que he creído que ahora era un buen momento para compartir con vosotros, con el objetivo de explicar mejor cómo nos pueden limitar nuestras creencias y que la vida tiene sentido cuando la llenamos de emociones positivas. Ahí va…
Pedro era un hombre de negocios hecho a sí mismo. Tenía 40 años y hacía 10 que había creado su propio negocio. Era listo, constante en el trabajo y ambicioso. Un buen día vio como su empresa empezó a ir a menos. Al principio pensó que, como en otras ocasiones, poniéndole narices volvería a recuperarse y que aquello era un simple bache. Pero pasaron los meses y el resultado de su pequeña organización fue a peor. Notaba que tenía menos ganas de hablar que de costumbre, que cerraba más veces la puerta de su despacho y parecía ausente cuando hablabas con él, como que su pensamiento estaba en otras cosas.
Un día se dio cuenta de que gran parte de lo que había creado se había esfumado y que él ya no era la misma persona. Empezó a pensar que ya no era aquel joven exitoso y que estaba perdiendo la ilusión. Y que los demás ya no le valoraban igual. Pensaba y no encontraba ninguna solución, y así se pasó varios años. Comenzó a descuidar su forma de vestir, sus relaciones y llegó a creer que ya no era capaz de ser el que había sido. Pero un buen día, estando en el campo, se fijó en una mariposa y se quedó maravillado con su hermosura, y comenzó así a estudiarlas y a comprender la metamorfosis por las que la naturaleza las hacía pasar.
Desde aquel momento entendió que él era la misma persona, que seguía teniendo sus capacidades intactas, que habían sido las emociones las que le habían hecho pensar en negativo y encerrarse en sí mismo. Y que cuando hacemos algo mal no quiere decir que no seamos buenos en eso o que no sirvamos.
Pedro había entendido que debía de fijarse en todo lo que le convertía en la gran persona que era y que debía de borrar todos sus pensamientos inútiles. Y justo en aquel momento entendió que el tono y entereza con la que enfrentamos las cosas afecta todo cuanto hagamos, y que lo tóxico hay que desterrarlo porque no nos hará mejorar ni hacer que mejoren los que nos rodeen.
La empresa de Pedro volvió a ver la luz cuando decidió llenarla de cosas buenas y emociones positivas.
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